lunes, 21 de junio de 2010

sábado, 29 de mayo de 2010

COLECTIVERO, PITO CHICO


un estudio sobre la significancia del falo en el transporte público

Magno y largo su pasar
marca en caucho el territorio
Un bocinazo es el jolgorio:
Nuestro monstruo popular.

Negros humos de sus fauces,
henchido de virtud y presencia,
el más pija de la calle
Colectivo, argentina esencia.
[...]

Así rezan las palabras del poeta español Cornelio Dios Peza cuando, en su salto al encanto, dibuja el perfecto soneto del ícono nacional. ¡Cuánta significancia, cuánto símbolo y émbolo ronda las calles! ¿Cómo no merece la atención?
La mirada quirúrgica que nos brinda el psicoanálisis va a revelar, una vez más, un saber que profundamente existe en todos y sin embargo, permanece (no sin razón) oculto, ignorado. Continúe leyendo, no se tome el bondi y las conchas del lenguaje brindarán nuevamente sus blancas perlas rodadas.

Una de la tarde en la metrópolis porteña. Mucho calor, alquitrán, fumarolas tóxicas, bocinas, autos, calle, la parada. Un particular sonido neumático abre las puertas y nos invita a subir. Se ha abierto un agujero en lo real. Ya dentro, lo primero que vemos es un grasoso hombre, camisa celeste y prominente mostacho, que bajo sus gruesas cejas nos mira de reojo ansioso de arrancar y no perder el verde:
el colectivero. Peculiar personaje de nuestra vida diaria, todos los días mantenemos algún tipo de contacto con él, aunque sea tangencial y fortuito. Pero, ¿cuánto sabemos realmente de él?

Profesión encarnada por hombres de ley y carácter, ningún pollito se atrevería a tomar el gran volantón con dos manos y maniobrar la firme palanca de cambios (ahora en extinción). Muchos espejos de diversas formas circundan en ornamento a la cómoda butaca en la glande del mayor símbolo fálico nacional. Hombres de ley y carácter, sí, pero también portadores de un claro complejo de minusculidad que se resuelve en esta necesidad de manejar el vehículo más grande.
¿Acaso estaríamos aseverando que todo colectivero es portador de un pinito o pilín (pene de masa escasa)? Definitivamente sí. Las excepciones no se aplican a este caso; nuestros estudios remiten a verdades tales como las formuladas por Freud, con la existencia del inconsciente y por Lacán, con su peinado Bogo-Bogo como sustitutivo del "mhm".

"Un pasito para el fondo" Nos insta Mr. Colectivero. ¿El fondo de qué?, nos preguntamos nosotros. Cuál es, si es factible de enunciar, el fondo de la cuestión. ¿Es aquel fondo de las cavidades rectales? ¿Acaso el colectivero nos está pidiendo a gritos una penetración? ¿Acaso es un empuje (en el sentido del Drang) hacia el fondo de lo reprimido, que quiere salir a la luz (o del closet)?
Como la paciente Anna O, que decía "no puedo caminar" cuando en verdad su deseo pedía a gritos que el padre le practicase cópula salvaje, el colectivero, en su demanda de compresión de los pasajeros, está clamando por cópula salvaje de todos los viajantes a la vez (ecuación simbólica fondo=ano mediante).

Pero aún hay más, pues el fondo no es el término de la cuestión. Falta bajar y para eso uno tiene que “descender por atrás”. Necesariamente se tiene que haber pasado por la fase anal para poder salir de un bondi; el control de esfínteres es imprescindible para mantener una suerte de sentido del bajar/no bajar. Hay que saber cuándo bajar, y el pequeño botón adherido al barandal es después de todo una llamada, una demanda dirigida al Otro. Será el colectivero, con su complejo de “p” minúscula, el que decidirá finalmente el sentido de nuestra demanda. Y cabe aclarar, que no siempre estará dispuesto a atender nuestro pedido. Pues para saciar su ímpetu perverso, en incontables ocasiones, don juan pasajero se verá forzado a rebajarse a un mero instrumento del goce del Otro. Reconocemos en el pedido de “Parada”, un palmario ejemplo de aquello que se conoce como “violencia simbólica”. ¿Qué queremos decir con esto? ¿Acaso queremos descender del colectivo? ¿Por qué no decir, entonces, “quiero bajar del colectivo”?

¿No será que, en realidad, estamos elevando los montos del goce del colectivero? ¿Acaso no resulta evidente, que detrás de este aparentemente inocente pedido ("parada pofavó" ) , se haya velado el glande rígido y tumefacto de alguien más? ¿Y quién otro podría ser éste personaje, sino aquel que tiene “la mano en el asunto”? Efectivamente, todo remite de vuelta al colectivero.

Así como Esquilo sabiamente dijo alguna vez "toda el agua de los ríos no sería suficiente para lavar la mano ensangrentada de un homicida ni la bombacha roja de menárquica puber triste", podremos ahora volver a la calle, mirar al horizonte rosado y al albor fino llegará nuevamente, todos los días, el fulguroso ómnibus potente, cual potrillo de batalla en celo, rechinando sus duras gomas, enterrando hollín en el cielo, mirándonos con desdén entrante y significándonos al paradero.

Lucho Aguirré Gonzales de Tombson

viernes, 7 de mayo de 2010

LEY BUNGE APROBADA EN EL SENADO

El senado aprueba por mayoría especial la “Ley Bunge”

Buenos aires.- El jueves pasado se ratifico en el senado de la nación la ley 4943-bis, mejor conocida como la “Ley Bunge”. Ésta disposición, que se espera entre en efecto a más tardar a principios de Julio de éste año, prohíbe de manera efectiva e inmediata el ejercicio de cualquier tipo de actividad psicoanalítica. De ésta manera, quedarán penadas, entre otras actividades: la interpretación de los sueños, hacer notar actos fallidos a personas ajenas, culpar a los padres por los trastornos psicológicos de uno, envidiar penes, o suponer que los niños nacen del ano por defecación. Las penas por participar en algún tipo de actividad psicoanalítica van desde los 5 años de encarcelación sin derecho a fianza, hasta la impalación en una plaza pública, en aquellos casos extremos en que quede comprobado que se actuó bajo los influjos de una relación transferencial.
Aunque no sin una cierta polémica, la medida ha sido bien recibida por la sociedad en general, y sobre todo por los 6 miembros que integran la Asociación de Psicología Científica de Argentina (APCA). En un comunicado especial, el Dr. Bunge declaró sentirse bastante conforme con la disposición: “Me siento bastante conforme con la medida. Quiero decirles a todas aquellas personas que aún defienden al psicoanálisis, que no descansaré hasta erradicar al psicoanálisis de la faz del orbe, hasta bañarme en la sangre de mil psicoanalistas, hasta defecar en el cadáver putrefacto de Freud, y bailar desnudo alrededor de la facultad de psicología mientras ésta es consumida por las llamas… JA-JA-JA ” Declaró el Dr. Bunge.

martes, 4 de mayo de 2010

jueves, 21 de enero de 2010

LOS REGALOS

En la vida uno recibe regalos. Regalos pequeños, grandes, gigantes, minúsculos imperceptibles. Suspiros regalados y un flato que no puede menos que haber sido presente (aunque el occidente así no lo siente). Regalos que no lo son y no-regalos que lo son. Regalos medidos con taza china de té, regalos desamarrados, imposibles.
Durante el transcurso del martes recibí regalos… y no, no era mi cumpleaños. Era un día como hoy o cómo lo será mañana. Pero con regalos, oh sí. Preciosos y molestos regalos. Fueron los regalos de antaño, broncíneos, papafríteos, piña en la panza, maratóniteos y fundamentalmente regalos adjetivos (y todo lo anterior).

Un regalo es en esencia un objeto de intercambio, diría Levy Strauss, pues todo regalo implica y compromete al agasajado, y lo obliga a devolver, en un tiempo futuro no muy lejano, otro regalo a cambio. Un regalo también es un mojón de mierda, diría Freud, pues todos somos seres egoístas, y nadie quiere entregar nada sin recibir nada a cambio. Todo esto nos lleva a pensar que el que recibe un regalo queda constreñido a devolver algo a cambio, y el que no caga de vez en cuando, se constriñe. ¡No podría ser esto ni un poco más claro!

Históricamente, las mujeres fueron el primer objeto-de-regalo; monopolio institucionalizado por el hombre desde tiempos inmemorables. En la antigüedad la vida era mucho más ardua, y el trabajo mucho más riguroso. El hombre pasaba horas recolectando un mísero canasto de frutos podridos, o días enteros cazando a un escuálido antílope, o largas semanas arando la tierra con sus propias renegridas manos.
Las evidencias arqueológicas indican que en aquellos tiempos resultaba más económico regalar una mujer que una hogaza de pan. Recibir una mujer, obligaba a entregar a una mujer. En aquellos tiempos, éste sencillo precepto no era tanto una cuestión de aquiescencia con el otro, sino más bien, un principio básico de supervivencia.

Según la biblia Dios fue el primer dador de todos los tiempos. Las escrituras no son del todo claras, sobre todo en lo que respecta a todo aquello que acontece “antes del principio”, pero todo indicaría que fue en ocasión del primer cumpleaños de Adan que Dios le entregó a una compañera como regalo. No lo sabía entonces aquél cándido mancebo, pero Eva habría de costarle una costilla. Y es que ni siquiera Dios entrega obsequios sin pedir nada a cambio. Algún día nos dio la vida, y algún día la ha de querer de regreso. Dios nos prodiga una mujer, y la mujer nos pide un hijo. Nuestro pequeño hijo nos llama “papá”, y después nos pide un juego de video, vacunas o incluso un automóvil para su cumpleaños.
Éste más que sombrío panorama nos lleva a pensar que todo regalo es más bien una suerte de préstamo, con tasas de interés variables.

El regalo es un perpetuo juego de dádivas y ofrecimientos; un sutil simulacro de sorpresas y máscaras boquiabiertas. Lo que se instituye con el don del regalo, es la fiesta del regalo.

Regalo y envoltorio son dos caras de una misma moneda, hecho que desde siempre comprendieron los burúes de Costa Azul. El regalo es alegría envuelta, afecto encubierto, lo impredecible en ropajes predecibles, novedad ceñida de tela, papel, u otra cosa análoga. Regalo: cosa que alegra. Que Regalo significa que Alegro. Por eso son anagramas. Y esto vale para todo objeto del deseo que, aunque des-cubierto y desnudo desilusione, es igualmente aliciente espiritual para regodeo de algún otro. Regalar es envolver el ser del que regala para calcular su recepción en quien recibe: es en-volver, o sea volver-en el otro: en su mirada del regalo, en sus gestos, en sus palabras de agradecimiento o de agradecimiento fingido.

Creo que el día que al cumplir años regalemos nosotros mismos a nuestros invitados, tal como hacen los Hobbits. Creo que ese día seremos más pequeños. Y tendremos pies más peludos. Y nos ganaremos a Gandalf.