un estudio sobre la significancia del falo en el transporte público
Magno y largo su pasar
marca en caucho el territorio
Un bocinazo es el jolgorio:
Nuestro monstruo popular.
Negros humos de sus fauces,
henchido de virtud y presencia,
el más pija de la calle
Colectivo, argentina esencia.
[...]
Así rezan las palabras del poeta español Cornelio Dios Peza cuando, en su salto al encanto, dibuja el perfecto soneto del ícono nacional. ¡Cuánta significancia, cuánto símbolo y émbolo ronda las calles! ¿Cómo no merece la atención?
La mirada quirúrgica que nos brinda el psicoanálisis va a revelar, una vez más, un saber que profundamente existe en todos y sin embargo, permanece (no sin razón) oculto, ignorado. Continúe leyendo, no se tome el bondi y las conchas del lenguaje brindarán nuevamente sus blancas perlas rodadas.
Una de la tarde en la metrópolis porteña. Mucho calor, alquitrán, fumarolas tóxicas, bocinas, autos, calle, la parada. Un particular sonido neumático abre las puertas y nos invita a subir. Se ha abierto un agujero en lo real. Ya dentro, lo primero que vemos es un grasoso hombre, camisa celeste y prominente mostacho, que bajo sus gruesas cejas nos mira de reojo ansioso de arrancar y no perder el verde: el colectivero. Peculiar personaje de nuestra vida diaria, todos los días mantenemos algún tipo de contacto con él, aunque sea tangencial y fortuito. Pero, ¿cuánto sabemos realmente de él?
Profesión encarnada por hombres de ley y carácter, ningún pollito se atrevería a tomar el gran volantón con dos manos y maniobrar la firme palanca de cambios (ahora en extinción). Muchos espejos de diversas formas circundan en ornamento a la cómoda butaca en la glande del mayor símbolo fálico nacional. Hombres de ley y carácter, sí, pero también portadores de un claro complejo de minusculidad que se resuelve en esta necesidad de manejar el vehículo más grande.
¿Acaso estaríamos aseverando que todo colectivero es portador de un pinito o pilín (pene de masa escasa)? Definitivamente sí. Las excepciones no se aplican a este caso; nuestros estudios remiten a verdades tales como las formuladas por Freud, con la existencia del inconsciente y por Lacán, con su peinado Bogo-Bogo como sustitutivo del "mhm".
"Un pasito para el fondo" Nos insta Mr. Colectivero. ¿El fondo de qué?, nos preguntamos nosotros. Cuál es, si es factible de enunciar, el fondo de la cuestión. ¿Es aquel fondo de las cavidades rectales? ¿Acaso el colectivero nos está pidiendo a gritos una penetración? ¿Acaso es un empuje (en el sentido del Drang) hacia el fondo de lo reprimido, que quiere salir a la luz (o del closet)?
Como la paciente Anna O, que decía "no puedo caminar" cuando en verdad su deseo pedía a gritos que el padre le practicase cópula salvaje, el colectivero, en su demanda de compresión de los pasajeros, está clamando por cópula salvaje de todos los viajantes a la vez (ecuación simbólica fondo=ano mediante).
Pero aún hay más, pues el fondo no es el término de la cuestión. Falta bajar y para eso uno tiene que “descender por atrás”. Necesariamente se tiene que haber pasado por la fase anal para poder salir de un bondi; el control de esfínteres es imprescindible para mantener una suerte de sentido del bajar/no bajar. Hay que saber cuándo bajar, y el pequeño botón adherido al barandal es después de todo una llamada, una demanda dirigida al Otro. Será el colectivero, con su complejo de “p” minúscula, el que decidirá finalmente el sentido de nuestra demanda. Y cabe aclarar, que no siempre estará dispuesto a atender nuestro pedido. Pues para saciar su ímpetu perverso, en incontables ocasiones, don juan pasajero se verá forzado a rebajarse a un mero instrumento del goce del Otro. Reconocemos en el pedido de “Parada”, un palmario ejemplo de aquello que se conoce como “violencia simbólica”. ¿Qué queremos decir con esto? ¿Acaso queremos descender del colectivo? ¿Por qué no decir, entonces, “quiero bajar del colectivo”?
¿No será que, en realidad, estamos elevando los montos del goce del colectivero? ¿Acaso no resulta evidente, que detrás de este aparentemente inocente pedido ("parada pofavó" ) , se haya velado el glande rígido y tumefacto de alguien más? ¿Y quién otro podría ser éste personaje, sino aquel que tiene “la mano en el asunto”? Efectivamente, todo remite de vuelta al colectivero.
Así como Esquilo sabiamente dijo alguna vez "toda el agua de los ríos no sería suficiente para lavar la mano ensangrentada de un homicida ni la bombacha roja de menárquica puber triste", podremos ahora volver a la calle, mirar al horizonte rosado y al albor fino llegará nuevamente, todos los días, el fulguroso ómnibus potente, cual potrillo de batalla en celo, rechinando sus duras gomas, enterrando hollín en el cielo, mirándonos con desdén entrante y significándonos al paradero.
Lucho Aguirré Gonzales de Tombson