Cosme Fulanito
Dorotea despierta esa mañana con el mal presentimiento. Tarde o temprano todas despiertan con el mal presentimiento. No tiene tanto que ver con el camión que entra al predio; ni que todos están especialmente atareados yendo de un lado para el otro, contando, marcando, llenando planillas; o que sea jueves (eso Dorotea no lo sabe), sino más bien, algo que se siente adentro, atravesándole el tercer estómago, reptándole por el pulmón, corroyéndole la aorta. Es el mal presentimiento que supo sentir su madre, su hermana y su abuela, la de mancha en la nariz.
Y hoy el mal presentimiento llega y Dorotea no sabe muy bien cómo rumiarlo. Solo sabe que está y que algo va a pasar.
Consigue un buen puesto en el camión, esto es, mirando para afuera. Disfrutar del paisaje es algo que Dorotea lleva como principio constructivo, cómo explicarlo. Dorotea es de por sí contemplativa. Entiende más de lo que todos creen y habla menos de lo que todos quisieran. Es su mirada silenciosa lo que parece acusar a los demás de todas las vilezas o los malos comportamientos. Pero ella no tiene especial apego por la acusación desmedida. Ella solo mira y comprende (o intenta comprender) al mundo.
Todo lo que usted aprendió en la escuela, todo lo que hipotetizó y pudo comprobar, todo lo que sitió como una corazonada, Dorotea ya lo paladeó, masticó, tragó y defecó.
Así que, mirando el verde primero, el cemento después, Dorotea llega a la ciudad. Y la observa.
El patíbulo es el mero inicio de lo que será una separación de los nodos que conformaban a Dorotea: el vellón, el riñón, muslo, nalga, ubre y cerebro… Se diseminan sus partes sin pena ni gloria. No sabemos dónde están los ojos de Dorotea, tan sabios, tan susurrantes de verdades.
Pero el corazón sí sabemos. Llegó a mis manos.
Lo despedacé un poco, lo embebí en sangre, lo hice bailar. Lo tiré a la basura. Decididamente a Dorotea no podría importarle menos.
Pero por alguna razón a mí sí. Por alguna razón, entre mis manos el centro de sus emociones me produce un empalagoso vértigo olor a miel. Personifico su estado vacuno en mi corazón palpitante y sufre alguna fibra mía. Fui y quizás soy Dorotea. Jugué con mi propio corazón hasta el asco.
Como quien toma prestada una camisa, tomé prestado su corazón que hoy no me deja en paz. Contemplo el paisaje apelmazado de la calle y mi cuarto estómago me pide un choripán.
En la Costanera son ricos y baratos. Y hay muchas salsas a elección.
No olvide visitar este paraje turístico y llenar su espíritu de carne argentina.
Si una vaca lo exige, ¡tiene que ser bueno!
Y hoy el mal presentimiento llega y Dorotea no sabe muy bien cómo rumiarlo. Solo sabe que está y que algo va a pasar.
Consigue un buen puesto en el camión, esto es, mirando para afuera. Disfrutar del paisaje es algo que Dorotea lleva como principio constructivo, cómo explicarlo. Dorotea es de por sí contemplativa. Entiende más de lo que todos creen y habla menos de lo que todos quisieran. Es su mirada silenciosa lo que parece acusar a los demás de todas las vilezas o los malos comportamientos. Pero ella no tiene especial apego por la acusación desmedida. Ella solo mira y comprende (o intenta comprender) al mundo.
Todo lo que usted aprendió en la escuela, todo lo que hipotetizó y pudo comprobar, todo lo que sitió como una corazonada, Dorotea ya lo paladeó, masticó, tragó y defecó.
Así que, mirando el verde primero, el cemento después, Dorotea llega a la ciudad. Y la observa.
El patíbulo es el mero inicio de lo que será una separación de los nodos que conformaban a Dorotea: el vellón, el riñón, muslo, nalga, ubre y cerebro… Se diseminan sus partes sin pena ni gloria. No sabemos dónde están los ojos de Dorotea, tan sabios, tan susurrantes de verdades.
Pero el corazón sí sabemos. Llegó a mis manos.
Lo despedacé un poco, lo embebí en sangre, lo hice bailar. Lo tiré a la basura. Decididamente a Dorotea no podría importarle menos.
Pero por alguna razón a mí sí. Por alguna razón, entre mis manos el centro de sus emociones me produce un empalagoso vértigo olor a miel. Personifico su estado vacuno en mi corazón palpitante y sufre alguna fibra mía. Fui y quizás soy Dorotea. Jugué con mi propio corazón hasta el asco.
Como quien toma prestada una camisa, tomé prestado su corazón que hoy no me deja en paz. Contemplo el paisaje apelmazado de la calle y mi cuarto estómago me pide un choripán.
En la Costanera son ricos y baratos. Y hay muchas salsas a elección.
No olvide visitar este paraje turístico y llenar su espíritu de carne argentina.
Si una vaca lo exige, ¡tiene que ser bueno!
Atte.
APaCoS
Asociación Parrillera de Costanera Sur.
Por Zaza.
1 comentario:
ehhhh!
gané! gané al ta te ti!
soy subcampeona como cebollitas!
:D
Gracias, Sr Juan Adolfo, por este reconocimiento público, que hace dar cuenta a la comunidad de su activismo por la defensa de las vacas y por la defensa de la industria nacional.
Saludos. zaza.
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